Hace dos días se estrelló un avión en la India. Murieron todos los pasajeros, los 241. Menos uno. Un hombre sobrevivió. Iba sentado en el asiento 11A. La persona que estaba sentada en el 11B murió. La persona que estaba sentada en el 7C murió, las personas que iban sentadas en el 21D, 15F, 12G, 8A también murieron. Las azafatas, el piloto. Todos murieron. Y un hombre salió caminando de los escombros. ¿Cómo? Y sobre todo: ¿Por qué?
No se sabe. Ni él mismo ha podido explicar cómo se salvó. Pero en todos los periódicos del mundo la noticia ha sido que un avión con 241 pasajeros se estrelló y que uno, milagrosamente (incluso los científicos a los que han preguntado utilizan esa palabra tan poco científica: milagro) sobrevivió. Sobre los 241 tal vez oigamos alguna historia, quizá se les haga un homenaje o nos enteremos de algún detalle de sus vidas (de dónde venían, a dónde iban, con eso ya se sabe todo de una persona), pero ya han pasado -o están a punto de pasar- a la lista de víctimas de accidentes de avión.