El otro día, el psiquiatra, sin que viniese demasiado a cuento (o tal vez venía absolutamente a cuento), me preguntó: “¿Siempre eres tan desconfiada?” Creo que estábamos hablando de hombres o de médicos, uno de los dos.
Más tarde, me puse a pensar en un fragmento de “Linterna mágica”, las maravillosas memorias de Ingmar Bergman que justamente acababa de leer.
En un capítulo cuenta como de adolescente pasó un tiempo viviendo en Alemania por un intercambio escolar y como un día una amiga de su tía le invitó a cenar y a dormir a su casa.
“En torno a la mesa,” escribe Bergman “exquisitamente puesta, se sentaban las personas más hermosas que había visto en mi vida”… “A su lado estaba la joven hija de la familia, se llamaba Clara y la llamaban Clärchen, muy parecida a su padre, alta, morena, con la piel muy blanca, los ojos oscuros, casi negros, y la boca pálida y carnosa. Era ligeramente bizca, lo que inexplicablemente aumentaba su encanto.”