Hay años que a las 10 de la mañana ya te han regalado cinco rosas. No todas son rosas de amor, claro, hay cada vez más negocios que regalan rosas a sus clientes para Sant Jordi. Uno llega a su casa a las tantas de la madrugada, feliz y cansado, con un puñado de rosas despeluchadas que ha ido arrastrando de caseta en caseta a lo largo del día.
Pero este año, a las 12 del mediodía, aun no me habían regalado ninguna rosa. Había firmado un montón de libros, había charlado con gente increíble, pero nada, ninguna rosa para mí. Cero. Nada de nada.
Al llegar a la caseta de las 13 horas, vi que a mí lado estaba sentado un escritor al que no conocía.
Inmediatamente vi que tenía a su lado, encima de la mesa, una rosa bastante bonita. Pensé: “Bueno, mejor tarde que nunca. ¿No?”