Hace unos días estuve en la exposición sobre Marcel Proust del Museo Thyssen de Madrid. El señor que la ha comisariado (y al que yo no conocía porque no sé absolutamente nada de estos temas), Fernando Checa, es un auténtico genio (he leído que fue director del Museo del Prado durante un tiempo). La exposición es una delicia de principio a fin y no pude evitar preguntarme quién era el comisario. Siempre se nota cuando hay alguien con cabeza detrás de las cosas (y no puedo pensar en ningún trabajo que no sea mejor hacer bien que hacer mal o de forma automática y mediocre). Hay una frase de Carmen Martín Gaite que mi madre, que era extraordinariamente perfeccionista y detestaba las chapuzas y las trampas, repetía a menudo: “Entre hacer las cosas bien y hacer las cosas mal hay un honrado término medio que es no hacerlas”.
La exposición es fantástica y se la recomiendo a todo el mundo. Acaba (espero que no sea un spoiler) con dos auto retratos maravillosos de Rembrandt. Con eso está todo dicho: que una exposición pequeña y temática se pueda permitir acabar con dos obras maestras del pintor más genial de la historia de la pintura resulta bastante increíble.
Era miércoles y sin embargo estaba llena de gente. No sé si todos habían leído a Proust, ni cuántos de los que lo habían leído habían logrado acabar las 2400 páginas de su libro, pero da igual, la cuestión es que en 2025, una exposición sobre Proust en Madrid está llena de gente.
Fui con un amigo que no había leído a Proust y que sin embargo era un poco proustiano (pero ¿quién no es un poco proustiano, un poco shakespeariano y un poco kafkiano? Todos los somos, incluso si no los hemos leído.)