Me pregunto si a alguien más le ocurre lo mismo que a mí, que después de afirmar algo de forma taxativa, me entran unas ganas terribles de hacer justo lo contrario.
Digo por ejemplo: “Hace treinta años que no me hago una limpieza de cutis ni ningún otro tratamiento facial (y todavía menos corporal) porque una vez que le pregunté a mi dermatólogo (una eminencia en la ciudad) qué debía hacer al respecto, me contestó que lo mejor que podía hacer era poner todo el dinero de las cremas sofisticadas y de los tratamientos caros en una hucha y cuando estuviese llena, romperla e irme de viaje.” Y en cuanto he dicho o he escrito eso, pienso: ¿Debería ir a hacerme una limpieza de cutis? Y acto seguido me pongo a investigar en gran detalle todas las cuentas de Instagram donde aparecen mujeres tumbadas en camillas con los rostros relucientes de crema.