Existe la idea generalizada de que:
Las bailarinas son muy cómodas.
Las bailarinas se pueden poner con todo.
Pues bueno, después de mucho años llevándolas, me he dado cuenta de que no es del todo cierto.
Tal vez sea, en parte, porque mi colección de bailarinas ha disminuido drásticamente en las últimas semanas y estoy intentando auto convencerme de que en realidad no necesitaba tener tantas. Las negras que llevaba muy a menudo fueron devoradas por Kate la perrita. Las rojas se empaparon un día de diluvio universal en Barcelona y aunque en apariencia estén bien, las puntas no han recuperado del todo la flexibilidad, han quedado un poco acartonadas. Y las verdes tienen muchos años y ya no me hace tan feliz ponérmelas (y ya se sabe que nuestra única obligación en esta tierra es intentar ser felices), así que también han quedado desterradas.