Voy al mismo dermatólogo al que iban Jaime Gil de Biedma y Juan Marsé. No me visito allí por esa razón, claro, pero me hace ilusión que mi piel esté en las mismas manos que estuvo la suya porque 1. son escritores geniales a los que admiro y 2. ninguno de los dos tenía demasiado aguante con las tonterías.
Marsé y Gil de Biedma solo trataban a gente seria y divertida, que es lo que tal vez deberíamos hacer todos. No es una combinación que esté muy de moda. Se ha impuesto la gravedad que, curiosamente, es lo opuesto tanto al sentido del humor como a la seriedad. En cualquier caso, nuestro dermatólogo, del que ya he hablado aquí en alguna ocasión, es así: serio y divertido.