Los dos habían leído a Proust, pero uno lo había entendido (lo había sentido palpitar en sus entrañas) y el otro no, porque su corazón era pequeño (tenía también los labios finos y las manos delicadas) y porque lo había leído como los ricos leen a Proust: pensando que están leyendo la crónica social de un primo lejano.
Uno era profundamente inteligente y sensible y había sido herido en serio en algún momento. El otro se creía inteligente, leía mucho e intentaba quedar al menos una vez al mes con los escritores más en boga del país para demostrar que se podía ser un banquero millonario y culto en el siglo XXI.