El momento más feliz de esta semana fue cuando abrí los ojos después de unos días de calor infernal y me di cuenta de que las temperaturas habían bajado. Me gustan el verano y el calor, normalmente soy como un lagarto, no puedo tomar el sol directamente como ellos, pero puedo pasar horas inmóvil expuesta a temperaturas muy altas sin que me pase nada. Cuando estoy así, sobre todo al aire libre, en un jardín o en un parque, entro en un estado de hibernación-meditación muy agradable. Juego a moverme lo menos posible, sucumbo totalmente al calor, me rindo, descanso. (A veces, la única manera de descansar es rindiéndose, a las personas, a los elementos.)
Con la bajada de las temperaturas, pude volver al bar de siempre, pasear a Kate con normalidad, retomar mi vida de barrio. Durante una semana había vivido prácticamente recluida (y yo, por mi trabajo, tengo la suerte de poder hacerlo, pero pensé en todas las personas que no tienen más remedio que desplazarse para trabajar, la mayoría, y agradecí de nuevo tener un oficio tan difícil, que por un lado te esclaviza (es una esclavitud pensar que el 97% de las cosas que escribes podrían estar mejor), pero que por el otro te ofrece cierta autonomía y libertad.
Y me puse a pensar en esas pequeñas sensaciones que indican que algo ha cambiado, que la vida sigue.
-Despertarte un día y darte cuenta de que ya no tienes el corazón roto (por culpa de un hombre, por la muerte de tu madre o de alguien muy querido, por lo que sea), de que lo primero que sientes al abrir los ojos ya no es un punzada de dolor sino tu respiración larga y pausada, y pensar, todavía en la cama y con los ojos cerrados: “Ahora todo puede volver a empezar”. Hay una película de Jane Birkin, creo, que vi hace años, no recuerdo ni el título ni el argumento, solo que en un momento dado, su madre en la película moría y alguien le preguntaba: “¿Y qué vas a hacer ahora?” Y ella respondía: “Pues no lo sé, nada, faire semblant de vivre en attendant que l’envie nous en revienne” Que en español significa algo parecido a: “fingir que estás vivo mientras esperas a volver a tener ganas de estarlo.” Pues eso. Un día vuelves a tener ganas.
-La sensación de euforia absoluta que uno siente, a ratos, después de haber acabado una relación de años, larga y profunda, pero que se había terminado. (Me lo contó una amiga, recién separada, después de trece años). Cuando a pesar de la pena y del dolor de la ruptura, te das cuenta de que vuelves a estar sola y de que eres libre. La sensación de que ya no le perteneces a nadie, de que vuelves a pertenecer al mundo.