Los hombres, esos suertudos, casi nunca piensan que son tontos. Nosotras, en cambio, lo pensamos constantemente. Yo, al menos cinco veces al día, me digo: “Soy tonta” (y seguro que dos de las cinco veces es cierto).
Ellos, no, claro. Incluso para darte cuenta de que eres tonto necesitas un cierto grado de inteligencia. Es un pez que se muerde la cola.
Les dices que estás enamorada de ellos y les parece lo más normal y lógico del mundo y no lo cuestionan ni un segundo; en cambio, les dices que son tontos y no se lo creen. Así es la vida. A nosotras nos sucede justo al revés.
Por otro lado, es cierto que el adjetivo “tonto/tonta” y todavía en mayor grado la expresión “¡Qué tonto! ¡Qué tonta!” se prestan a malentendidos de diversa índole y que a menudo tampoco las mujeres entendemos muy bien lo que significan cuando se aplican a nuestra persona.