Érase una vez una giganta independiente y afortunada, libre y divertida, más lista que una liebre, aventurera, intuitiva, generosa y tolerante que un día decidió dejar de tratar a toda la gente que no le gustaba.
Fue un decisión chocante ya que era una giganta a la que normalmente le gustaba mucho más sumar que restar. Melusina (así se llamaba la giganta) siempre estaba con los ojos abiertos de par en par buscando cosas nuevas, personas cautivadoras, lugares excitantes. Le gustaba que el mundo fuese un lugar tan diverso y tan extraño y se pasaba el día preguntando a los demás e intentando entenderlo. La gente le solía contar historias porque a pesar de ser una giganta, se veía que tenía buen carácter y un corazón bondadoso. A ella le encantaba dar mil vueltas a las cosas como solía hacer de niña con sus amigas en el colegio de gigantas. La vida era para ella un puzzle que casi siempre lograba resolver.